¿A quién le tienes miedo?

El viejo Yo se asomó por la pared de su pequeña jaula, saludando al viento. - Cuánto tiempo sin verlo - pensó. Cuánto tiempo sin ver el sol, y las estrellas, cuánto tiempo sin hablar con la tierra ni la hermosa rosa que se asoma tras su única ventana. Y es que el viejo Yo no conoce el exterior pero siempre lo ha imaginado. Él piensa que el sentimiento de tocar el pasto mojado podría ser interesante, se pregunta por cuántos colores podría tener lo que muchos llaman un arcoíris, o si a caso es verdad que el sol se torna como una naranja al llegar las 6:32. El viejo Yo tiene muchas preguntas, curiosidades, sueños... pero la puerta permanece cerrada. No desespera ni se entristece, simplemente se queda sentado mirando fijamente a aquel candado que cuelga de la puerta, sólo lo mira, y lo vuelve a mirar mil veces. Hasta que un día, su mirada se atascó en el saludo de la rosa que se apareció en su pequeña ventana aquella tarde a las 12:10.

Por primera vez, pudo diferenciar el rojo del resto de grises, pudo observar el rocío cayendo por los pétalos, y sentir la delicadeza de cada hoja. Se preguntó por las batallas de aquellos que pasaron por las espinas, el tallo fuertemente pulido y el brillo con el que sobresalía. La rosa, era eso, simplemente impulsaba su imaginación, sus sueños y desde luego, sus deseos de abrir el candado.

Una mañana de mayo, el viejo Yo, que se había quedado dormido en el suelo contemplando la rosa, notó que la pequeña se había marchitado. Desorientado y confuso, su capacidad para pensar había colapsado por la repentina desaparición de lo único que lo mantenía cuerdo, pensamientos vinieron y vinieron, pero no se fueron. La rosa - mi querida rosa - había partido. 

Esta vez el viejo Yo miró fijamente al candado, y sin tener ninguna distracción, reveló para si mismo - nadie vendrá a liberarme -.

Nunca sabrá cuántos colores tiene el arcoíris, o la calidez del sol al amanecer, ni los atardeceres en las tardes de septiembre. Nunca sentirá el sol en su piel ni el pasto en sus manos, sólo tendrá el vago recuerdo de la rosa que alguna vez pobló su ventana. 

El señor cerró los ojos, intentando imaginar una última vez antes de ocultarse de nuevo en la pared. 

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 ¿Por qué no te permites ser ayudado? 

Somos una constante contradicción, pero tú lo eres más. No quieres que te conozca pero si que te ame, dudas sobre tu futuro pero aún así dices que quieres estar siempre conmigo, cuando llega la hora de mostrarnos quienes somos, te rehúsas a dejar tu caparazón, pero aún así me alientas a ser vulnerable ante ti. ¿A qué le tienes miedo? No, ¿A quién le tienes miedo? 

Algunos dicen que el verdadero enemigo de cada uno es uno mismo, y contigo lo siento real. Déjame ayudarte, déjame mostrarte el mundo con mis ojos, con mis colores, déjame ser más que esa rosa en tu ventana capaz de convencerte lo suficiente para abir el candado. 

Conocerse a si mismo es complicado, pero no hacerlo es devastador. 

"Por favor no desesperes cariño, cuentas conmigo, sólo no sé como".

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